Desfile otoñal

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barilonet
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Registrado: Vie Oct 02, 2009 2:58 am

Desfile otoñal

Mensaje sin leer por barilonet »

Por el serpenteante camino que discurre por un oscuro y gris pantano, entre
cenagosas arenas y oscuras, fétidas y putrefactas aguas, viene bajando desde lo
alto de un tórrido promontorio conocido como “El verano”, una triste y
lánguida caravana. Es el cortejo que celebra el comienzo de la estación otoñal.
Precede la deprimente columna un grupo de escuálidos músicos vestidos con raídos
uniformes, los que, arrastrando cansinamente sus pies sobre el yermo y pedregoso
suelo, soplan indolentemente sus abollados y opacos instrumentos dejando oír
arcaicas y fúnebres melodías dirigidas por un incompetente y desmañado director,
el cual, con sus desgarbados movimientos de batuta, pareciera que, en vez de
dirigir, estuviese espantándose las innumerables moscas que rodean su cabeza, solo
la suya... quizá, sus ridículos ademanes tienen ese doble cometido.... Detrás de
ellos, con andar perezoso vienen las otrora gráciles bastoneras. Actuales veteranas
de torpe marcha, cuyas escuálidas piernas llevan a duras penas el lento ritmo que
procede de las viejas trompetas, antiguos clarinetes, deformadas tubas, machacados
bombardinos, desmembrados trombones y tambores cuyos parches aparentan ser antiguos
pergaminos, pertenencias de los no menos extenuados integrantes de la abatida
agrupación musical.


Tres negras carrozas conducidas por un tétrico y lúgubre individuo, tiradas por
igual cantidad de famélicos y desnutridos jamelgos transcurren lenta y pesadamente
el árido y desértico sendero detrás de la extenuada y apática fanfarria y las
taciturnas bastoneras. Adornan los vehículos mustios ramos de grises flores, las
cuales penden de resecas ramas. Como pasajeras puede observarse a un mísero
conjunto de sombrías y decrépitas ancianas envueltas en ajadas vestiduras.
Mientras arrojan al nauseabundo aire marchitos pétalos de negras rosas saludan a
los paseantes con sus lívidos brazos de arrugados pellejos. Sus rostros muestran,
bajo seculares arrugas, opacos y somnolientos ojos extenuados de tanto mirar; unos
finos y consumidos labios que, debajo de unas muecas con presunciones de sonrisa
dejan ver sus descarnadas encías... escasos y grises pelos adornan las exiguas
cabelleras en las cráneos de las patéticas longevas. Una acre y ácida fetidez
emana de sus escuálidos y cuasi momificados cuerpos, el cual, mezclado con los
hedores provenientes de los lodazales que circundan el rumbo, tornan opresivo y
asfixiante el aire de la comarca...

Pocos espectadores observan el paso del deprimente séquito, nonagenarias cuyas
calvas testas permanecen cubiertas con negras pañoletas y solo dejan ver de sus
cuerpos sus fruncidos ceños y las envejecidas y arrugadas manos. Achacosos
individuos que, ayudándose con sus quebradizas muletas merodean desde los
alrededores sin decidir aproximarse al paso de la melancólica caravana. Consumidas
madres con sus glotones críos mamando de sus exprimidas tetas. Llorosos y
debilitados chiquillos que, como si fuera un juego berrean sin consuelo y sin cesar.
Infinidad de impúdicos perros serpentean entre la concurrencia, mezclando sus
penetrantes ladridos con el quedo y gutural murmullo de las personas. Defecando y
orinando por doquier, peleando ferozmente, olisqueándose mutuamente, copulando
descaradamente y sin distinción sexual. Todo esto entre las piernas de las viejas,
a través de los músicos, en medio del camino, bajo las otoñales carrozas,
recibiendo de vez en vez certeras patadas provenientes de escandalizados
espectadores. Hacen por momentos, estos nobles brutos, de la reunión una romería
sin orden ni ley. Mientras tanto, permaneciendo ajena la multitud al canino
desorden, observa como va desapareciendo tras un recodo del camino, rumbo a un
neblinoso y yermo valle conocido como “El invierno”, entre retorcidos troncos de
marchitos árboles y húmedas y barrosas huellas, el apático cortejo de la otoñal
ceremonia.

BARILONET

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