La fe no es necesaria para la salvación

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xasto
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La fe no es necesaria para la salvación

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El art. 160 del Catecismo actual dice:

La libertad de la fe

160 «El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe ser obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza» (DH 10; cf. CDC, can.748,2). «Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados en conciencia, pero no coaccionados [...] Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús» (DH 11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, Él no forzó jamás a nadie. «Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino [...] crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él» (DH 11).


No obstante, en el siguiente capítulo se dice:

La necesidad de la fe
161 Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.). «Puesto que "sin la fe... es imposible agradar a Dios" (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella, y nadie, a no ser que "haya perseverado en ella hasta el fin" (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna» (Concilio Vaticano I: DS 3012; cf. Concilio de Trento: DS 1532).


La evidente contradicción que acepta, por un lado, la libertad de conciencia, mientras que a renglón seguido se exige la fe para la salvación, es el resultado de haber aceptado, la Iglesia, en un momento dado dicha libertad de conciencia al no poder ser de otra manera. No obstante, da la sensación de que dicha institución no quisiera dar el brazo a torcer insistiendo en su necesidad. Pero, por mucho que lo intente no puede salir del patético atolladero en el que se ha metido al aceptar la conciencia individual . Todo ello, en conjunto, elimina por completo cualquier exigencia de la fe. La Iglesia debería aceptar sin ambages que la fe ya no es necesaria para la salvación, e insisto en que ninguna coletilla o excepción puede tener sentido.

La aceptación de la libertad de conciencia sólo se puede aceptar de forma total y absoluta. No hay otra posibilidad. No hay medias tintas, y para verlo más claro veamos una analogía sobre una hipotética normativa acerca de una simple regla de tráfico conocida por todos. Supongamos que la Dirección General de Tráfico añadiera a la obligación del uso del cinturón de seguridad la siguiente coletilla: “No obstante, quienes en conciencia crean que no deben llevarlo por creer que es innecesario, porque les molesta, o por cualquier otra causa, estarán exentos de su obligatoriedad”. Dicha coletilla anularía por completo la primera regla que hacía obligatorio su uso. La consecuencia final es que, según lo dicho por la DGT, no sería obligatorio el uso del cinturón, ya que cada pasajero podría esgrimir su motivo por el cual, y en conciencia, cree que no debe usarlo.

Por tanto, por muchos malabarismos y piruetas que haga, la Iglesia no puede esconder la abominación que se halla implícita en la famosa frase evangélica: “Id por todo el mundo y predicad mi palabra; el que creyere se salvará, mas el que no creyere se condenará”(Mc, 16, 16), una frase que seguramente dio origen a otra no menos conocida: “Extra Ecclesiam nulla salus”, indicando claramente que fuera de la Iglesia Católica no era posible la salvación y a través de la cual se despreciaba la sinceridad de pensamiento del ser humano.

Al haber aceptado la libertad de conciencia –por fuerzas mayores, y aquí recomendaría el artículo de G. Puente Ojea “Siempre igual a sí misma”- no sólo se hace inútil la exigencia de fe para la salvación, sino que prácticamente se hace inútil la propia Iglesia, ya que todo, absolutamente todo, depende de la conciencia individual del hombre, quien actuará y obrará según le dicte su ética personal basada, precisamente, en esa sinceridad de pensamiento.

¿De qué sirven todas las doctrinas, reglas, normativas o leyes divinas si, al final, el que las rechaza en conciencia se salva igualmente que quien las acata a pies juntillas?

Todo ese despropósito es el resultado de haber aceptado en un principio la literalidad de la palabra escrita y divina. Es el resultado de haber puesto en boca de un ser divino palabras injustas y abominables que exigían la total sumisión a Dios a través de un mecanismo tan absurdo e irracional como la fe. Esa es una de tantas pruebas de que la Biblia no pudo ser escrita por un ser perfecto.

Una religión que acepta la libertad de conciencia se hace inútil. No tiene sentido obligar, imponer, ni siquiera sugerir que se crea en Dios, o en quien sea, si se da prioridad a la conciencia sincera de cada ser humano; una libertad de conciencia que está por encima de los designios divinos haciendo del ser humano un ser con una dignidad infinita, puesto que dicha dignidad se basa, precisamente, en el sagrado e inalienable derecho a la libertad de conciencia.
La dignidad humana está por encima de cualquier dios

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