La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

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Vitriólico
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La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

Mensaje sin leer por Vitriólico »

Artículo imprescindible, en mi enferma opinión.
La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

J. F. RODRÍGUEZ


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cartel ateos Suecia problablemente dios no existe

El fenómeno religioso nunca ha estado tan abierto a debate y crítica como en los últimos quince años. Durante buena parte de la historia, en casi todas las épocas y lugares, la sola negación de las creencias imperantes acerca del mundo sobrenatural o de los dogmas revelados por alguna divinidad despertaba incomprensión y rechazo social, cuando no suponía la persecución e incluso la muerte. Cabe imaginar que la apertura resultaba todavía más difícil para quienes además de desmentir en público que poseyeran creencias religiosas, se atrevían a señalar sus inconsistencias, sus errores lógicos, o peor aún, las facetas oscuras de sus textos fundacionales o de las personas e instituciones que representaban dichos cuerpos de creencias. El ateo confeso era, pues, una figura poco común. Aunque es todavía minoritario en algunos países occidentales y desde luego apenas existe en determinados países musulmanes, en las sociedades más avanzadas su situación ha cambiado gracias a un proceso de secularización generalizada que ha permitido que los más militantes defensores de una sociedad laica, e incluso los que son abiertamente detractores de la religión, puedan difundir su mensaje de manera más o menos libre. Y así surgieron algunos célebres detractores de la religión, a quienes se suele englobar bajo la etiqueta «nuevos ateos».

El término «nuevo ateísmo» es un mal menor que cabe usar a despecho de que produzca la impresión de que existe algún manual del nuevo ateo, repleto de directrices y principios, porque tal cosa no existe. Se suele decir, aunque no es cierto, que el término apareció por primera vez en un artículo que la revista Wired publicó en 2006, titulado «La Iglesia de los No-Creyentes». Allí era empleado con carácter despectivo por un periodista que se confesaba no religioso, pero que bajo el aspecto formal de un reportaje, aprovechaba fragmentos de entrevistas a tres de los más célebres ateos militantes del momento para atacarlos, algo que demostraba tanto la antipatía del autor hacia los entrevistados como el intento de crear polémica a su costa. En cualquier caso, «La Iglesia de los No-Creyentes» era un texto no demasiado brillante pero puso de moda la expresión. En realidad el término ya había sido utilizado con ese sentido desde por lo menos dos décadas antes, empleado casi siempre por apologistas del cristianismo evangélico para referirse al auge de un nuevo ateísmo más militante que el conocido hasta entonces. Por ejemplo, en los años ochenta se publicó un libro llamado El nuevo ateísmo y la erosión de la libertad. Escrito por un pastor evangélico y de contenido más bien panfletario, pone de manifiesto que la expresión fue acuñada por sus detractores. Continúa siendo la etiqueta preferida de quienes están en contra, aunque hoy, por fuerza de la costumbre, es también usada por muchos de sus defensores o por los comentaristas neutrales.

Una vez creado el término, la siguiente pregunta es: ¿en verdad engloba el término «nuevo ateísmo» algún tipo de movimiento grupal, una escuela de pensamiento? La respuesta breve es que no. Aunque es un asunto complejo. Por un lado, el ateísmo es la mera ausencia de una creencia concreta (la de que existe un ente sobrenatural y todopoderoso, creador del Universo), pero más allá de ese detalle, no implica sostener principios o dogmas concretos de ninguna clase. Existen ateos de todas las razas, culturas y tendencias políticas. Muchos ateos defienden principios opuestos en cuanto a la propia religión, desde quienes sostienen posturas antirreligiosas furibundas hasta quienes se declaran pertenecientes a una cultura religiosa cuyos valores morales, pese a no ser creyentes, comparten. Hay ateos anticlericales y hay ateos que defienden los valores religiosos con un fervor parecido al de muchos creyentes. Y huelga decir que las diferencias entre ateos son tanto o más marcadas en cuanto a otros asuntos. Así pues, el que dos individuos sean ateos no implica ningún parecido entre ellos, ni siquiera a nivel ético o intelectual, por lo que pretender definir el ateísmo como una doctrina grupal es un absurdo intelectual de primer orden. Con todo, es por igual evidente que algunos ateos se parecen más entre sí que otros. Algunos comparten actitudes y mensajes similares. El término «nuevo ateísmo», en realidad, es el intento de englobar a ciertas figuras mediáticas basándose en ciertas características comunes (que sí tienen) para poder presentarlos como pertenecientes a una misma escuela doctrinal (que no comparten). Esto explica que fuesen ciertos apologistas religiosos los primeros en usar el término, con la intención de presentar el ateísmo, o parte de él, como un movimiento ideológico organizado, una especie de lobby antirreligioso. Pero ¿por qué «nuevos» ateos? Se deduce que debían existir algunos estereotipos sobre lo que se suponía era el perfil de un ateo «viejo». Y en efecto, así era.

Los estereotipos sobre los antiguos ateos mediáticos


alsos o no, y dejando claro que por cuestiones de espacio vamos a pintar con trazo muy grueso, durante el siglo XX existían estereotipos que distinguían a los ateos mediáticos en dos grandes grupos. Por un lado estaba lo que podríamos llamar ateos políticos, cuyo retrato robot describía a progresistas de izquierdas cuyo ateísmo formaba parte de un conglomerado ideológico más amplio, marxista por lo general, que se caracterizaba por el anticlericalismo más que por la intención de presentar una elaborada justificación intelectual de su personal falta de fe. Esta figura podía resultar polémica en ocasiones pero en el fondo preocupaba poco a los sectores religiosos más conservadores, especialmente cuando quedó comprobado que la extensión del comunismo por el mundo se había detenido, y no digamos cuando cayó la URSS. Después de esto, el «progre» anticlerical podía ser considerado, en esencia, una minoría ruidosa pero inofensiva.

Existía un segundo estereotipo, el del filósofo o intelectual ateo, que lejos de limitarse a una crítica política de la religión, podía ofrecer muy elaboradas justificaciones racionales para sus respectivas posturas. Este tipo de ateísmo no difiere demasiado en su espíritu del ateísmo de algunos filósofos de la Antigua Grecia, por citar un referente clásico, aunque se comprende que ahora maneja argumentos y conocimientos científicos impensables hace veinte o veinticinco siglos. Este ateísmo filosófico, pues, ha existido siempre, aunque durante buena parte de la historia fue poco menos que clandestino. A partir del siglo XVII, el racionalismo, el liberalismo y la revolución científico-industrial ayudaron a que ganase visibilidad. En el siglo XX ya era una idea asumida que en la intelligentsia de los países occidentales, incluso en aquellos más conservadores, abundaban los ateos y los agnósticos. Hace algunos años, uno de los pocos estudios extensos y en profundidad que se han realizado al respecto terminó ilustrando lo que muchos observadores ya suponían por mera intuición, que dentro de la población (en este caso la estadounidense, pero por analogía, podría suponerse que lo mismo sirve para el conjunto de la población occidental) la religiosidad era menor conforme aumentaba el nivel académico y cultural de los entrevistados. De hecho, el sector de la población con un menor porcentaje de creyentes era el de los científicos de élite. Y de entre los científicos, por si sienten ustedes curiosidad, eran los biólogos quien resultaban ser los menos religiosos.

El intelectual ateo del sigo XX no por necesidad causaba particular animosidad entre los sectores religiosos. Esto se debía a su reticencia a la hora de criticar la religión, o quizá también al mero hecho de que sus críticas y afirmaciones más elaboradas se restringían a un público limitado. Pero el tabú existía y era un obstáculo difícil de superar. El filósofo Bertrand Russell, a quien podríamos considerar el patrón de los intelectuales ateos contemporáneos, ya decía que las creencias religiosas gozaban de un estatus particular de inmunidad social hacia ciertos tipos de crítica. El británico Jonathan Miller, el mismo que en 2004 creó la serie televisiva Atheism: A Rough History of Disbelief, lo ilustraba con una anécdota: durante conversaciones casuales en grupo, su mujer le reprendía por su «mala educación» si criticaba los aspectos negativos de la religión, temiendo que pudiese ofender a sus amigos creyentes. Sin embargo, no le reprendía cuando las críticas, por feroces que fuesen, eran dirigidas hacia el comunismo u otras ideologías políticas. Esta consideración del ataque a la religión como algo inapropiado marcó el tono del siglo XX incluso en países donde, de manera oficial, estaba estipulada la libertad de expresión. Volviendo a Bertrand Russell, sus propias críticas a la religión eran bastante directas, pero estaban argumentadas con tal finura y sentido de la lógica que no se le podía confundir con un ciego militante antirreligioso. Más discretos tendían a ser los más importantes científicos ateos. Veamos el más célebre ejemplo: al contrario que Russell, Albert Einstein casi nunca entraba en materia y sucede que, incluso hoy, existe quien piensa que Einstein era creyente porque con frecuencia usaba a Dios como metáfora o licencia literaria (algo que también ha hecho Stephen Hawking, por cierto), mientras que su explícita negación de un Dios personal, que sí la hizo, no produjo citas tan célebres como «Dios no juega a los dados». Entre los divulgadores científicos, cuyo papel mediático fue muy importante para la formación filosófica del público, el ateísmo era predominante pero también poco militante. Por ejemplo, Carl Sagan valoraba su labor como divulgador por encima de cualquier posibilidad de entrar en polémicas, sobre todo en televisión, y por ejemplo su celebérrima serie Cosmos hacía guiños al ateísmo. Pero aunque poca gente dejó de percibirlos, estaban hechos con tal sutileza y elegancia que no se lo podía acusar de intentar influir a nadie que no compartiese de antemano sus ideas. En general, Sagan optaba por confiar en la fuerza de sus argumentos positivos sobre la ciencia y el conocimiento racional, antes que emplear argumentos negativos en contra de la religión que pudiesen ofender a sus espectadores creyentes. Isaac Asimov, cuya labor divulgativa fue tan importante como su papel como novelista de ciencia ficción, estaba más en la línea de Bertrand Russell, empleando una lógica parecida para explicar su preferencia por el racionalismo por sobre la religión. De hecho, algunos de sus argumentos eran tan brillantes como los del propio Russell. Y sus críticas eran incluso más abiertas, aunque quizá en ambos casos llegaban todo lo lejos que su momento histórico les permitía y eran críticas englobadas dentro de la discusión filosófica.

En resumen: durante el siglo XX teníamos en los medios un ateísmo político más agresivo pero que pocos pensadores más allá de su círculo ideológico tomaban en serio, y un ateísmo filosófico mucho más convincente pero cuyos proponentes solían optar por una aproximación discreta. Esto cambió con el nuevo siglo, cuando comenzaron a aparecer figuras mediáticas cuyas críticas a la religión eran tan frontales y despiadadas que pulverizaban todas las antiguas líneas rojas de lo que se había considerado «apropiado», «de buena educación» o «de buen tono». El cómo adquirieron su resonancia quizá merezca una pequeña explicación aparte.

El porqué de la resonancia del nuevo ateísmo

En el mundo anglosajón existe una tradición muy poco implantada en España: la tradición del debate. En Estados Unidos, las islas británicas o en Australia existen programas de televisión y debates en vivo cuyo formato no tiene equivalente directo en nuestro país, o si lo tiene se trata de algo esporádico. Es verdad que esos debates no compiten con los deportes, el cotilleo y demás productos de consumo masivo, y es verdad que están dirigidos a las capas más interesadas de la población, pero aun así, su popularidad excede lo que podemos llegar a imaginar en nuestro país. Por supuesto tienen un componente de espectáculo, sobre todo en su versión televisiva, y casi podía hablarse de una «industria del debate», pero eso no significa que no se suelan caracterizar por el alto nivel dialéctico de las figuras que participan en ellos. Esto responde a la importancia que en aquellos países le conceden al debate como institución también en ámbitos no mediáticos. Estos eventos suelen tener un carácter muy abierto, con frecuente participación del público, y en los de «primera división» el contenido rara vez decepciona. Esto hace que determinados temas, como la religión, se mantengan de manera sostenida en primera línea de discusión mientras exista un público al que le interese. Y al público no ha dejado de interesarle. De hecho, es uno de los asuntos estrella.

Existen varios motivos que explican ese interés, aunque dos por encima del resto. Uno es la creciente influencia de la derecha religiosa en Estados Unidos, país en el que emergen debates constantes sobre el papel de la religión en la sociedad y sobre la separación entre la Iglesia y el Estado. Los estadounidenses se enfrentan a fenómenos que en Europa se consideran obsoletos, como los intentos de introducir en el temario escolar justificaciones pseudocientíficas del creacionismo bíblico. O el que las creencias sobrenaturales jueguen un papel relevante en la imagen pública de los principales candidatos políticos. Para los ateos estadounidenses, la mezcla entre religión y política puede ser muy incómoda. Recordemos que en 1942 se adoptó un juramento a la bandera que los niños recitan en el colegio y que era tradicional desde mucho tiempo atrás, pero cuyo contenido era exclusivamente civil. Pues bien, en 1954, por iniciativa de diversas organizaciones religiosas, se introdujo por ley una mención a Dios en el susodicho juramento, medida que contradecía el espíritu de la República pero que fue aprobada en el Congreso con el entusiasta apoyo del presidente Eisenhower, recién convertido al cristianismo presbiteriano. Dos años después, también por deseo de Eisenhower, la frase «en Dios confiamos» se convertía en un lema nacional y empezaba a imprimirse en los billetes de curso legal. Este tipo de detalles no son bien digeridos por los defensores de una república laica donde la religión sea un asunto exclusivamente privado, como tampoco los problemas que causa el dogma religioso a la hora de adoptar avances sociales, muy en particular cualquier asunto relacionado con la sexualidad y la reproducción.

El otro gran catalizador de la explosión mediática del nuevo ateísmo, esta vez a ambos lados del Atlántico, es la preocupación por los efectos del islamismo, primero despertada por fenómenos como el del Ayatolá Jomeini, después acentuada por los hechos del 11 de septiembre de 2001, y que finalmente ha llegado al paroxismo con la subsiguiente oleada de atentados en diversas partes del mundo, el surgimiento del Estado Islámico (EI) y de células terroristas islámicas formadas por europeos y estadounidenses, o lo que se percibe como una tendencia a la radicalización en diversas áreas del mundo musulmán. Bajo estas circunstancias, las voces más brillantes del Nuevo Ateísmo han alcanzado una relevancia enorme. Primero, por la polémica que despiertan en un mundo donde pese a todo todavía existen muy arraigados tabúes sobre lo que se puede decir y no acerca de la religión. Y segundo, porque suele suceder que sus argumentos son más poderosos y lógicos que los del bando contrario, en el que no han emergido equivalentes con un similar peso dialéctico (aunque sí los hay con muchos seguidores). A los cuatro «nuevos ateos» más relevantes se los bautizó como «los Cuatro Jinetes». Algunos de sus nombres les resultarán muy familiares.

Los cuatro jinetes del nuevo ateísmo

El periodista, escritor, conferenciante y polemista Christopher Hitchens fue la avanzadilla de esta corriente, antes incluso de que el 11-S sacudiese las conciencias de la prensa y el público sobre lo que estaba produciéndose dentro del ámbito del extremismo musulmán. Hitchens es británico, aunque vivió durante mucho tiempo en Estados Unidos —se nacionalizó antes de morir—, así que podía vérsele opinando con mucha soltura, y acento inglés, sobre política estadounidense. De los cuatro jinetes, Hitchens era el más vehemente en sus opiniones. También, con mucho, el más carismático. Y, por lo menos en el formato de debate, el más brillante. Su intensidad era abrasiva; rara vez sonreía, y no recuerdo haberlo visto reír una sola vez, pese a que su cortante ingenio brotaba con una pasmosa naturalidad en los momentos más insospechados. Su tesis central era la de que la religión resulta nociva per se. No escatimaba en acusaciones sobre la naturaleza alienante de las creencias sobrenaturales; baste decir que publicó un libro llamado Dios no es bueno: Cómo la religión lo envenena todo. Era ferozmente crítico con el cristianismo, en el que había sido educado, pero todavía más con el islam. En muchos aspectos, el actual concepto de «nuevo ateísmo» se ha modelado en torno a la figura de Hitchens. Era el macho alfa de la manada; debatir con él era difícil, dada su rapidez mental y su capacidad para responder a casi cualquier objeción. E igualmente rápido a la hora de volverse bronco cuando perdía la paciencia. Era el enfant terrible de las discusiones religiosas, sin duda, pero como podía justificar y argumentar cualquiera de sus aparentemente gratuitos exabruptos, y partía de una sólida base ética de carácter humanista que le permitía rechazar con poderosas afirmaciones las elaboraciones teológicas de las religiones, era muy respetado en el ámbito mediático incluso por quienes se sentían escandalizados pero se veían en la circunstancia de tener que intentar rebatirle.

Algo que también lo define era la complejidad de su figura, porque resultaba imposible situarlo en un punto determinado del espectro ideológico. Esto descolocaba a muchos de sus seguidores. Hitchens tuvo un papel importante en el inicio de la ruptura del nuevo ateísmo con el tradicional ateísmo político. Provenía de la izquierda, pero desdeñaba lo «políticamente correcto» y a menudo chocaba con la tolerancia del progresismo más prototípico. El mejor ejemplo era su constante belicosidad hacia el islam, tomado en su conjunto. También podría citarse su inesperado apoyo a George W. Bush durante la invasión de Irak, quizá el giro político que más perplejos dejó a muchos de sus simpatizantes en la causa atea, entre los que había muchos izquierdistas opuestos a la guerra que sabían del desprecio que Hitchens parecía sentir hacia Bush, o de sus opiniones inequívocamente progresistas en muchos otros asuntos. Bien es verdad que con el tiempo matizó su postura en cuanto fue sospechando que las causas de la guerra habían sido impostadas, pero es que hasta los periodistas conservadores más cerriles terminaron renegando de aquella guerra (cómo olvidar el día en que Bill O’Reilly la calificó por primera vez como «un error»). No es menos cierto que incluso en asuntos como ese cabía admitir que sus argumentaciones eran como poco consistentes, desde luego muy superiores a las de la propaganda simplista de los políticos que alentaban aquellas decisiones. Pero bueno, con sus contradicciones, amado y odiado por igual, hay algo que ni siquiera sus mayores detractores pueden negar: Christopher Hitchens era un personaje único, con quien se podía coincidir o disentir, pero cuya sola presencia en cualquier debate elevaba el interés de manera instantánea. Quizá pase mucho tiempo hasta que volvamos a ver a alguien como él. Hitchens murió en 2011; con él se apagó una de las mentes más polémicas, pero también más afiladas de nuestro tiempo.

Más conocido en España es la actual estrella del nuevo ateísmo, el también británico Richard Dawkins, biólogo evolucionista y autor de best sellers como The God Delusion. Sin duda alguna, el punto fuerte de Dawkins son sus libros, cuya brillantez es unánimemente reconocida incluso por quienes le detestan. Sostiene sobre la religión unas tesis parecidas a las de Hitchens, aunque con menos ferocidad. Su discurso es más mecánico, en el sentido de que está tan estructurado que resulta previsible; lo cual no es de por sí negativo, pero lo hace mucho menos espectacular que Hitchens, de quien uno no sabía nunca qué esperar. Dawkins entra en política con menor profusión y vehemencia; el terreno que prefiere es el contraste entre pensamiento científico y religioso. Quizá su mayor defecto, o el motivo por el que despierta mucho recelo, es que no parece modular su discurso en función de a quién tenga delante, lo cual produce una impresión de falta de sensibilidad y escasa empatía por sus interlocutores. Es verdad que Hitchens era feroz en su dialéctica, pero su fogosa entrega, de manera paradójica, lo hacía parecer sincero hasta la candidez. Dawkins, en cambio, suele adoptar un tono frío y distante, en ocasiones incluso petulante, que levanta ampollas. En su favor, sin embargo, hay que decir que se le somete a un escrutinio desmedido (y no solamente por parte de sectores religiosos), porque en realidad no es tan ogro como se lo pinta. Aunque muchos no lo crean, Dawkins tiene bastante sentido del humor y una deportiva capacidad de encaje, como demostró leyendo ante una cámara algunos de los mensajes insultantes de creyentes que recibe a través de internet, a los que llama con sorna «correspondencia caritativa» (para conocer esa otra faceta del personaje, merece la pena echarle un vistazo a las dos entregas de hate mail que ha aireado hasta ahora: una y dos). No se puede negar que a Dawkins muchas veces le falta mano izquierda, pero tampoco que su discurso, sin ser perfecto, muestra pocas grietas y eso pone muy nerviosos a sus detractores.

El estadounidense Sam Harris es licenciado en Neurociencia y también en Filosofía. De origen judío, sobre el papel es el más espiritual de los cuatro, ya que estudió meditación en la India, familiarizándose de cerca con el hinduísmo y el budismo. Su mensaje antirreligioso, no obstante, es bastante similar al de Hitchens en el fondo, pero no en la forma, porque Harris, como Dawkins, es mucho más frío. En 2004 publicó un libro, El final de la Fe, que vendió muchísimo, y desde entonces es un habitual en los medios anglosajones. Su lógica suele ser impecable cuando desmenuza el asunto religioso, aunque en política ha generado muchos encontronazos con sectores progresistas, sobre todo cuanto toca el asunto de Israel y Palestina. Sin entrar a valorar sus opiniones al respecto, sí cabe señalar que su casi siempre precisa lógica quirúrgica se resiente cuando habla de Israel, siendo algunas de sus argumentaciones menos sólidas de lo que cabe esperar de alguien como él. Esto se produce por causa, creo yo, de un sesgo proisraelí que se niega a admitir y una visión del islam que puede ser tanto más despectiva que la de Hitchens, lo que lo ha convertido en un sujeto todavía más incómodo para la izquierda tradicional. Un buen ejemplo es el célebre intercambio público de e-mails con Noam Chomsky, una discusión polarizante como pocas, que ha terminado de situar a Harris como persona non grata de una parte del progresismo estadounidense y le ha ganado inesperados aplausos desde sectores de la derecha. Aun así, cuando no habla de Israel o de geopolítica, sus argumentos están magníficamente estructurados desde el punto de vista de la consistencia interna.

También estadounidense es el filósofo Daniel Dennett, el más veterano de los cuatro (es algo mayor que el fallecido Hitchens). Su mensaje es el más moderado y tranquilo, pero también el más distintivo por su interesante énfasis en las causas antropológicas, sociológicas y psicológicas del fenómeno religioso. Dennett ha demostrado que su formación filosófica le proporciona un campo de visión más amplio que el de otros muchos polemistas, y su aproximación al hecho religioso no se distrae tanto con cuestiones geopolíticas como les pasa a Hitchens o Harris. Ciertos mecanismos de su pensamiento recuerdan a los de Bertrand Russell, y se mueve en un registro, si me permiten la expresión, más «elevado». Mientras los análisis de Hitchens, Dawkins y Harris son fuertemente circunstanciales y por lo tanto cargados de implicaciones políticas, Dennett desarrolla una tesis holística que lo conduce a formular conclusiones distintas. Por ejemplo, resta importancia al papel de la religión en Occidente y por tanto a la magnitud de sus posibles efectos nocivos, diciendo que «los creyentes occidentales no creen en Dios, sino que creen en creer en Dios; piensan que creer en Dios es algo bueno» aunque después, en sus vidas cotidianas, casi nunca sigan los principios que dictan sus respectivos dogmas. Esto, según Dennett, podría explicar que el ámbito cristiano haya experimentado una evolución que no se produce en el ámbito islámico. No es que el dogma religioso cristiano haya provocado el cambio sobre la base de sus valores, porque también conoció una época de barbarie, sino que el dogma ha ido a remolque de una sociedad occidental que se ha ido secularizando. Dennett ha llegado a decir que no está seguro de desear una desaparición completa de la religión, por si acaso esta fuese un ancla moral para muchas personas. Esto no es algo que jamás hubiésemos podido oír en boca de alguno de los otros tres «jinetes». También propone, por ejemplo, que la historia de todas las grandes religiones se enseñe en la escuela de manera no doctrinal. Según él, conocerlas y encontrar sus contradicciones equivale a dejar de creer en ellas. Este tipo de argumentos psicológicos y sociales abundan en su discurso y producen menos resquemor porque parecen menos agresivos, pero en realidad Daniel Denett es quien presenta un análisis de lo religioso más demoledor y que podría tener un mayor efecto a largo plazo.

Las consecuencias, buenas y malas, del nuevo ateísmo

Hitchens, Dawkins, Harris, Dennett y otros han abierto una brecha al manejarse en unos términos que hace unas pocas décadas resultaban impensables en el debate público, por la consideración especial del hecho religioso como el único sistema ideológico que recibe sobreprotección social e incluso legal ante determinados ataques verbales en casi todos los países del mundo. Lo que antes era tema tabú hasta en discusiones privadas, ellos lo han llevado a las pantallas de televisión. No deja de ser admirable su valentía; recordemos que han arado terreno inhóspito y que en algunos casos han tenido que recurrir a seguridad personal o a omitir la mayor cantidad posible de datos personales en sus apariciones mediáticas, por si acaso. Pero su actitud ha favorecido muchas «salidas del armario» y ha dado forma a una nueva manera de encarar el tema religioso. Un ejemplo, la posibilidad de que internet ofrezca nuevos canales de referencia y discusión (véase, por ejemplo, The Atheist Experience, un muy interesante programa amateur realizado en Texas donde se discute sobre religión con todo tipo de intervenciones telefónicas de espectadores). En una sociedad democrática que valore la libertad de expresión, los pioneros, incluso con sus ocasionales excesos, deben ser valorados. Ya antes de las protestas por las caricaturas de Mahoma publicadas en Dinamarca y antes de los tristes sucesos deCharlie Hebdo, las figuras del nuevo ateísmo estaban clamando por la igualdad de condiciones a la hora de someter la religión a los mismos rigores de la libertad de expresión que sufre cualquier otra institución humana. Por otra parte, es positiva, aunque quizá algo traumática, la ruptura entre ateísmo militante y progresismo de izquierdas, o mejor dicho, la desaparición del estereotipo mediático de que ambos deben ir unidos. Esto continúa causando roces en pleno 2015 y los seguirá causando durante varios años más, pero porque pone de manifiesto que el discurso secularista no debe tener propietario ni color ideológico alguno; la asunción de este principio permitirá que sea valorado como un principio independiente que tiene vida propia más allá de los ejes izquierda-derecha o conservadurismo-progresismo.

En el apartado negativo está el propio uso de una etiqueta, «nuevo ateísmo», para un movimiento que como tal nunca ha existido, siendo más bien una mera constelación de nombres cuyo mensaje excede los moldes tradicionales. Es verdad que a menudo los vemos participar en los mismos eventos, pero no porque constituyan algo así como un partido político o una asociación, sino porque en estos eventos se invita a las estrellas del debate mediático, y en cuanto a religión ellos son las estrellas. De hecho sucede lo mismo en el bando apologista, donde también vemos reunidos a varios defensores de la religión que no necesariamente comparten una ideología común entre ellos (los hay católicos, protestantes, musulmanes, etc.). El ateísmo, cabe insistir, es la carencia de la fe en Dios, pero no implica contenido ideológico alguno. Aun así, aunque es verdad que los viejos estereotipos sobre el ateo van quedando desfasados, la etiqueta Nuevo Ateísmo ha propiciado que sean sustituidos por otros. Esto explica que alguien como Neil Degrasse Tyson, cuya falta de fe es más que notoria, rechace ser considerado «ateo» e insista en presentarse como «agnóstico». Y el propio Tyson explica que ese es el motivo: no quiere ser identificado con un conjunto de valores que los medios y el público asocian a un supuesto «movimiento ateo» organizado. Como Sagan en su día, Tyson cree que su labor divulgadora es más importante y que la misma requiere de un cuidado de su imagen pública, por lo que, pese a compartir con frecuencia estrados y platós con figuras del nuevo ateísmo, se desmarca de manera abierta.

En cualquier caso, uno de los mecanismos fundamentales de la democracia es el poder discutir cualquier asunto con libertad, porque toda institución humana tiene sombras que cabe denunciar. Determinados pensadores han partido de la base de que la religión no debía continuar siendo una excepción. En estos tiempos, en los que el extremismo religioso es un complicado problema que nuestras sociedades están teniendo que manejar sin saber muy bien cómo, es cuando puede entenderse mejor la necesidad de que algunas voces rompan barreras, sea para acertar o para equivocarse, pero sobre todo para dejar establecido que el debate y el intercambio de ideas no será una herramienta útil si no nos permitimos aplicarla en todos los ámbitos, incluso cuando resulta incómodo. Cualquier asunto prohibido en una discusión es un asunto cuyos problemas no podrán solucionarse jamás. Por esto, los nuevos ateos, o como se les quiera llamar, están de más actualidad que nunca.


Fuente:
J. F. RODRÍGUEZ ·
FUENTE: JOT DOWN · 23 DICIEMBRE, 2015
EUROPA LAICA
https://laicismo.org/2015/la-incomoda-v ... smo/139512" onclick="window.open(this.href);return false;
Si pretendes razonar sobre religión con un creyente piensa que, si pudiera razonar sobre ello, ... ¡no sería creyente!

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(Proverbio árabe).

eduardo dd
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

Mensaje sin leer por eduardo dd »

Ya lo había leído; en mi opinión, y como siempre, centrado en el mundo anglosajón. Aun así lo recomiendo.

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Sunami
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

Mensaje sin leer por Sunami »

El nuevo ateísmo, como el viejo, sí tiene una hoja de ruta, el relativismo afianzado según para qué; democráticamente, utilitarismo cortoplacista (pan para hoy..), emotivamente o, cómo no, a mi más me conviene.

No es que tengan más o menos fundamento que los criterios religiosos, pero al menos éstos son más iluminados al ser conscientes de que son creencias sin fundamento, que requieren un esfuerzo de FE.
"Marx decía que la religión es el opio del pueblo, yo digo que el opio del pueblo es la expansión crediticia" - Huerta de Soto

JohnyFK
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

Mensaje sin leer por JohnyFK »

Yo tengo sentimientos encontrados con respecto al "nuevo ateísmo". Los tengo incluso respecto a las asociaciones ateas, lo cual pueda sorprenderos estando asociado a una y tenga un enlace para invitar a los demás a hacerlo en mi firma. Pero el caso es que es así.

No sé hasta qué punto es bueno para que la gente acepte la condición atea el que nos vean como una especie de movimiento organizado. Como ocurre con todos los movimientos organizados, es muy fácil que la opinión pública asocie las acciones de una persona atea con todo el grupo y establezcan como causa su condición de no creyente.

Por ejemplo, poniendo como supuestos cabecillas a gente como Dawkins o Harris se está condicionando la visión pública de todo un colectivo a las acciones y discursos de estas personas concretas. El ser humano es muy así. Nuestro origen tribal, supongo. Si a esta gente les da un día por empezar a decir tonterías no va costar mucho que éstas se asocien a todo el colectivo ateo. O peor aún, que los pobres de espíritu que se han convencido no por la lógica sino por el carisma de estas figuras mediáticas a su vez también repitan esas mismas tonterías como loros, dando munición a los detractores del ateísmo para reafirmar dicho concepto de "iglesia atea".

Por otro lado, todo este movimiento da visibilidad y un carácter de lobby a los ateos, que tal y como está organizado el mundo hoy en día, ese efecto hace que podamos defender un poco mejor nuestros derechos, cosa que al menos a corto plazo nos ayuda a acercarnos, un poco más al menos, al equilibrio de libertades con respecto a los creyentes. Esa es una de las razones por la que decidí asociarme, porque pienso que haciéndolo doy visibilidad a la opción atea.

El caso es que viendo las acciones de este "nuevo ateísmo", creo que el enfoque que le están dando a su labor no es el más adecuado. Se centran demasiado en criticar la religión señalando una por una sus inconsistencias, cosa que es un trabajo muy tedioso y pesado (vease cuando se nos cuela un aleluyo en el foro), cuando es muchísimo más práctico y sencillo el impulso del pensamiento crítico y racional. Una vez fomentado el pensamiento crítico, todo lo demás cae por su peso, pero no solo en el campo del pensamiento religioso, sino en otros muchos asuntos en los que la población de a pie es tremendamente crédula y sensible, como las pseudociencias y maguferías, otras modas generalizadas y absurdas que perjudican a mucha gente y benefician a unos pocos y otras diversas vendidas de humo que sufrimos hoy en día en muchos campos de la vida cotidiana.

En resumen, que según mi opinión habría que fomentar el pensamiento racional, enseñar a la gente a pensar por sí misma y distinguir cuando puede estar siendo engañada. Al final, es más importante que la gente aprenda cómo pensar que decirles qué pensar.

Sé que la herramienta del pensamiento crítico y racional la usa todo ateo que se precie, incluidos los divulgadores llamados "nuevos ateos", pero no enseñan a usarla, sino que por lo general simplemente muestran las conclusiones a las que han llegado usándola.
"El ser humano no es un animal racional, tan solo es capaz de razonar" Jonathan Swift
Jesús no murió por ti, fueron las estrellas: http://www.youtube.com/watch?v=Ne9pVmG7n8Q
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doxus
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Registrado: Lun Mar 07, 2016 7:03 pm

Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

Mensaje sin leer por doxus »

Incómoda Vigencia

Este es un escrito muy interesante. Me ha informado en ocasión del asunto “nuevo ateísmo.” Por eso, aunque es un tema relativamente viejo en este foro, comentaré. Tal vez el debate avance un par de pulgadas más… y eso, eventualmente, sea útil para todos.

Ya yo había visto el término “ateísmo militante” pero no comprendía su intríngulis. Ni me parecía mucho más que un uso peyorativo contra algunos ateos escandalosos, de mala leche. Ahora pienso que señala algo real más profundo, más conceptual. Leí una explicación sobre el término “Nueva Arqueología” en Una Introducción a la Teoría Arqueológica de Matthew Johnson. Pero el término “Nuevo Ateísmo” no lo conocía. Como quiera… tanto en la teoría arqueológica, como en las posiciones de los ateos parece que hay algo nuevo. Incluso, aunque lo nuevo pudiera ser la falta de algo que se daba por sentado.

Citaré unas palabras que están casi al final del ensayo de JFR para enfocar mi punto de partida. Luego regresaré a este punto una vez más. Dice JFR: “Cualquier asunto prohibido en una discusión es un asunto cuyos problemas no podrán solucionarse jamás.”

Esa es una afirmación sobre la cual todos, probablemente, estamos de acuerdo. Donde hay oportunidades para que la divergencia aparezca es aceptar o no, que “prohibir” y “abandonar” o “silenciar,” u “obviar,” o “hacerse el de la vista gorda,” o “hacerse el pendejo” — como dicen los mexicanos — son la misma cosa, en cuanto a ideas se refiere. Por lo demás, observemos que JFR — y nosotros, supongo — estamos hablando de “asuntos cuyos problemas…” es decir, asuntos que están asociados a problemas. Entonces, cabe la pregunta ¿los problemas de quién? ¿Qué tipo de problemas? Estas preguntas caben más en tanto, como sabemos, los éxitos de unos tienden a ser los problemas de otros. Además, plantear el problema (como dicen los matemáticos) es necesario… pero no suficiente, para resolverlo.

El trazo con el cual JFR pinta la línea que distingue a los antiguos ateos de los nuevos ateos me parece muy bueno, muy informativo. Por lo menos para mí. Aún cuando él avisa que se trata de un trazo grueso, con brocha gorda. Los ateos políticos, como los traza aquí JFR, devienen de extracción marxista, parece que presentaban un sistema ideológico frente a la fe en seres sobrenaturales. Yo no conozco — no he leído — a ninguno de esos ateos… como no sean el propio Marx, Engels y otros conocidos como “clásicos” del marxismo. Pero a los clásicos no recuerdo que los atacaran por ateos. El ateísmo de Marx, por ejemplo, era tenido como un mal menor por parte de sus adversarios. A Marx no lo atacaban por marxista… sino por materialista. El grueso del ataque sobre Marx (y, probablemente sobre el marxismo) venía no de los creyentes sino de los políticos. Por eso no es una maravilla ver que a los marxistas los consideren ateos políticos.

Y hay un montón de tela por donde cortar este asunto del carácter político del ateísmo… y el carácter político de las religiones — por lo menos, las grandes religiones organizadas. En su momento, casi todos los próceres independentistas latinoamericanos eran anti—clericalistas, porque la iglesia católica era el fundamento ideológico sobre el cual se levantaba la política colonialista española en América. Y nadie acusa de marxistas (ni ateos) a estas veneradas figuras históricas. Parece que JFR piensa que los ateos políticos eran inofensivos porque su ateísmo “…se caracterizaba por el anticlericalismo más que por la intención de presentar una elaborada justificación intelectual de su personal falta de fe.” Si JFR está diciendo que la inocuidad del ateísmo político en los marxistas se debe a que no trataban de presentar una justificación intelectual elaborada de su personal falta de fe… yo estoy en pleno desacuerdo con JFR. Yo paso.

El marxismo, en la práctica, ha demostrado ser inofensivo ante las religiones porque — opino yo —en la práctica es un sistema ideológico que ha devenido una especie de religión. Un sistema socio-económico que pretende liberar no al individuo… sino a la humanidad toda. El marxismo parece tener una raquítica visión del individuo humano como realizador de su propia vida. La individualidad del individuo queda diluida — y desaparece — en la vorágine de la vida social, y su dependencia económica. Por eso, en la práctica, las religiones han carcomido y saboteado (con su individualismo e infantilismo innato) todo el trabajo social en los “países marxistas.” Por lo menos el cristianismo, con su sistema cultural individualista de culto a la ignorancia, y degradación del valor del trabajo, penetró como la humedad (mansos como palomas y astutos como serpientes), los valores éticos fundamentales del marxismo.

Una vez que los ateos más brillantes, abierta y francamente zanjaron que no eran marxistas… tuvieron un espacio para expresarse. Y eso, creo yo, ha sido muy bueno para el ateísmo… y para el marxismo.

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Vitriólico
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

Mensaje sin leer por Vitriólico »

doxus escribió:...
El ateísmo de Marx, por ejemplo, era tenido como un mal menor por parte de sus adversarios. A Marx no lo atacaban por marxista… sino por materialista.
...
Ah! .... ¿y no es lo mismo?
Si pretendes razonar sobre religión con un creyente piensa que, si pudiera razonar sobre ello, ... ¡no sería creyente!

"La primera vez que alguien te engaña, es culpa suya. La segunda, tuya.".
(Proverbio árabe).

doxus
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

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Vitriólico escribió:
doxus escribió:...
El ateísmo de Marx, por ejemplo, era tenido como un mal menor por parte de sus adversarios. A Marx no lo atacaban por marxista… sino por materialista.
...
Ah! .... ¿y no es lo mismo?

No todos los ateos son materialistas. El materialismo es una corriente filosófica, una concepción del mundo, la vida y la sociedad — bueno… vamos, que estoy tirando teclazos. Seguro puede hallarse una definición más clara y completa. Un ejemplo (probablemente el más brillante) de ateísmo idealista es Hegel. Hay montones de variantes en la idea de la creación a través de fuerzas y procesos que no son una persona… o dios. Muchos creacionistas actuales se atrincheran en la idea del Big Bang y se dividen entre quienes creen a dios como causa del Big Bang, y quienes creen que se trata de una fuerza (o idea) impersonal creadora.

Todos los materialistas son ateos. No obstante, no todos los materialistas son marxistas. El materialismo es intrínsecamente ateo pues asume que todas las formas del ser devienen de variaciones en las propiedades de la materia. No hay misterios… sólo cosas conocidas y cosas desconocidas. No todos quienes se consideran a sí mismos materialistas asumen consecuentemente el ateísmo intrínseco del materialismo. El mejor — y más saludable, opino yo — materialismo que no llega ser consecuentemente ateo es Feuerbach. Si Usted quiere leer un libro que realmente hace leña del cristianismo, pieza por pieza, échele un vistazo a “La Esencia del Crsitianismo.” Es un libro viejo, pero aún conserva su luz propia.

Los marxistas tienen una proyección histórico-social de los problemas humanos. Y descubren en las condiciones socio-económicas las causas de TODOS los problemas humanos. Los marxistas, en esencia, ven a los creyentes como víctimas de las condiciones socio-económicas donde viven… y mueren. El problema —opino— es que los marxistas, si bien parten de una análisis veraz del fenómeno religioso, no se enteran cuando las víctimas devienen verdugos. La actitud del marxismo ante el fenómeno religioso (por lo menos hoy) parece más una neurosis… que una posición materialista consecuente. Una neurosis paralizante… porque el marxismo actual se llenó de dogmas que tienen que ser engullidos acríticamente. Justo como en una religión.

Yo pienso que el nuevo ateísmo (por lo menos el de Hitchens) es un ateísmo que decanta de una profunda concepción materialista… pero que no es marxista. Es decir, no encuentra las causas del fenómeno religioso en las condiciones sociales, económicas y políticas de los involucrados. El nuevo ateísmo tiene un “pacto de no agresión” con el sistema económico y político establecido. A cambio, recibe el respeto de su libertad de expresión. Así todo el mundo es bueno… y el barco sigue haciendo agua.

Dice JFR en su ensayo que Hitchens deriva de extracción marxista. Yo sólo he leído “god is not Great” (ese “god” lo escribo con minúscula porque así aparece en el título del libro) y no conozco detalles en la vida de Hitchens.

No sé si me estoy enredando las patas en los bejucos.

JohnyFK
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

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doxus escribió: El nuevo ateísmo tiene un “pacto de no agresión” con el sistema económico y político establecido. A cambio, recibe el respeto de su libertad de expresión. Así todo el mundo es bueno… y el barco sigue haciendo agua.
Lo dices como si el ateísmo de serie tuviera que criticar el sistema económico y el nuevo ateísmo estuviera renunciando a ello. Como si los nuevos ateos se estuvieran mordiendo su lengua marxista para no meterse en el campo de la economía y que los grandes poderes capitalistas les permitan seguir existiendo.

Si es así, me parece una chorrada. El ateísmo es lo que es. Convertirlo en algo accesorio a una corriente de pensamiento político o económico me parece un tremendo error. Se puede ser ateo perfectamente siendo de derechas, de izquierdas, chovinista, federalista, centralista, etc. sin ser incompatible de ninguna manera. No es una cuestión de reprimirse en el campo del sistema económico, es que cuando se habla de ateísmo no se está hablando de economía excepto ocasionalmente y de forma colateral, como lo es la financiación pública de las religiones. Fuera de ahí cada ateo pensará una cosa totalmente diferente.

Si te he malinterpretado te ruego que me disculpes. :shifty:
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ElFo
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

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JohnyFK escribió:Se puede ser ateo perfectamente siendo de derechas, de izquierdas, chovinista, federalista, centralista, etc. sin ser incompatible de ninguna manera.
De acuerdo. Pero convengamos en que algunas ideologías políticas se basan en mitos fundacionales, en prejuicios sociales y étnicos que se pulverizan ante la menor indagación racional o introspectiva, la misma que suele conducirnos al ateísmo. De modo que, si bien no existe una incompatibilidad formal, es muy difícil que algunas ideologías puedan subsistir en la mente de un ateo... salvo que no sean producto de la reflexión honesta sino del cálculo de conveniencias.

No imagino a un ateo sosteniendo -con fundamentos honestos y sinceros- el poder de los reyes, el sagrado derecho a la propiedad privada, la supremacía de un país o raza o los beneficios del neoliberalismo.

Saludos
Si la libertad significa algo, es el derecho de
decirles a los demás lo que no quieren oír.

George Orwell

doxus
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

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JohnyFK escribió:Si te he malinterpretado te ruego que me disculpes. :shifty:
No te preocupes Johny, no hay nada para disculpar. Aquí, en el poco tiempo que cada cual pueda tener, escribimos públicamente algunas palabras sobre temas que nos interesan. Temas que, en la realidad, son complejos.

Cuando leo la cita que tomas del comentario que hice, e inmediatamente leo tu comentario… puedo, claramente, ponerme en sintonía con lo que dices. Comprendo que dicho así, sin más, parece que estoy diciendo que si no sois marxistas… entonces no sois realmente ateos. Y esa no es la idea. Un poco porque la cita está aislada del resto del escrito (a lo cual llaman “fuera de contexto”) y otro poco porque estoy tratando de decir cosas, sin usar la cantidad mínima necesaria de palabras para decirlas con claridad — a eso, los físicos, llaman “ambigüedad.” Es decir, la cita está fuera de contexto y el contexto no está completo — con esos truenos… no hay quien duerma.

Debo decirte, no obstante, que esa línea de pensamiento o razonamiento que expones, según la cual si eres ateo entonces eres comunista, es la más importante arma de intimidación que los creacionistas usan indiscriminadamente. Para la mitad de los creyentes, defender a su dios, su iglesia, sus dogmas… es defenderse de los horrores del comunismo. No es un argumento en uso exclusivo en defensa de la fe en seres sobrenaturales — en política ese razonamiento está perfectamente aclimatado. Para los republicanos de USA — por ejemplo —, si no apoyas a los republicanos entonces eres sospechoso de ser comunista. Y eso, naturalmente, ofende a quienes realmente no son comunistas. Los comunistas, creo, están inmunes a las sospechas.

La idea que fundamenta mi comentario es que cuestionar el teísmo sin cuestionar su fundamento histórico-social, económico, y su dimensión política, es un cuestionamiento incompleto. Un cuestionamiento inerme. Eso es, más o menos, un pacto de no agresión. No creo que el teísmo tema a la crítica intelectual de los fundamentos de su fe. No importa cuántos análisis críticos se hagan a la biblia, ni argumentos científicos se apilonen en su contra. No le importa al creyente… y no le importa al ateo.

Al creyente no le importan esos argumentos porque él no cree por argumentos. El cree… por miedo. ¿Piensas que a los ateos realmente les importa mucho que un pobre ignorante, o un colérico psicópata defienda esta o aquella idea creacionista? No le importa realmente. Pero lo que realmente le importa al ateo (bueno, vamos, si no hablamos de ateos pobre ignorante o colérico psicópata… pues de todo hay en la viña del señor) es que le embutan a sus hijos en la escuela los dogmas religiosos, le importa que le quiten dinero de su trabajo para mantener a los parásitos de la iglesia. Los ateos no están realmente preocupados por las creencias personales de los individuos… sino por la fuerza política que tienen los administradores y gerentes del negocio de la fe y la ignorancia ajena. Al ateo le importa cómo se maneja la salud mental en la sociedad donde vive… por razones de seguridad pública.

En ocasiones — como un juego con las ideas — me imagino una comparación entre las fuerzas físicas fundamentales de la naturaleza (electromagnética, fuerte, débil y gravitacional) con las fuerzas sociales. En la naturaleza hay una relación clara entre la fortaleza de un tipo de interacción y el rango de su acción — es decir, la distancia a la cual su acción es crítica. Pues bien, mientras más enérgica es una fuerza, más corto es su rango de acción. Esto significa, por ejemplo, que para que dos micropartículas entren en interacción fuerte, tienen que estar a muy corta distancia. Encojonadamente corta distancia. Las fuerzas nucleares son, por definición, fuertes. La gravedad es, por su parte, una fuerza tremendamente débil comparada con el tamaño de las otras fuerzas… a corta distancia. El tamaño de la fuerza de gravedad tiene una proporción inversa al cuadrado de la distancia y una proporción directa al producto de las masas de los cuerpos que interaccionan. Su rango de acción es prácticamente infinito. La gravedad es una fuerza mansa, suave, débil, conservadora… que actúa a grandes distancias. Encojonadamente grandes distancias.

Pues bien, en nuestra sociedad hay consenso para prohibir las llamadas drogas fuertes por su devastador efecto en el consumidor y su acción destructiva en la sociedad. Si no fuera por esa acción destructiva en la sociedad, el argumento para prohibir las drogas fuertes es débil. A las religiones las comparo, dentro de las drogas débiles (en la misma bolsa con el alcoholismo), con la fuerza de gravedad. Es una droga débil pero de acción destructiva devastadora en proporción directa a la masa de creyentes y proporción inversa al cuadrado de la distancia. Los efectos de esa droga se ven, en la sociedad, sólo a largo plazo… por acumulación. Cuatro gatos que creen en sus dioses, que se reúnan y creen que hablan con su creación, no daña sino a los cuatro gatos que consumen tal creencia. Pero el presidente de un país que dice su dios le mandó a invadir otro país… es un estado de salud social peligroso. Ese es un síntoma inequívoco de una sociedad enferma. Que un grupo de bribones representen a la comunidad de creyentes en el gobierno, y tengan el poder de establecer leyes jurídicas para toda la sociedad es una acción social destructiva. Eso es evidente en el oriente, occidente, medio oriente y en la casa de yuca. Y esa es la proyección política, social, económica del fenómeno religioso.

Yo no estoy en contra de la crítica racional al fenómeno religioso. Eso es algo justo y necesario que puede y debe hacerse para establecer claridad en la vida individual y social. Lo que yo argumento es que si el análisis político, social y económico del fenómeno religioso es excluido… no habrá solución jamás a ese problema. Ese problema… social.

No creo que los marxistas tengan la exclusividad en la crítica socio-económica del fenómeno religioso. No por pensar que las religiones son necesarias al sistema capitalista de producción (y consumo), una persona es marxista. Ni comunista. Lo que sucede es que hay muchos intereses no religiosos involucrados en evitar toda crítica en esa dirección… porque esa es la dirección crítica que realmente toca las raíces del problema. Y esos intereses manejan… la libertad de expresión. De hecho, las religiones están tan desprestigiadas que ya a penas sirven como medio para evadir el entendimiento racional de la realidad… y el capitalismo ha creado sus propias drogas substitutas: la industria del deporte, la moda, el cotilleo, etc. Que no se descuelgue nadie — por favor — acusándome de estar contra el deporte y el entretenimiento… o en contra de un buen par de cervezas, el aguardiente de caña, o una fiesta descojonadora.

Yo pienso que si quienes saben hablar no hablan por los mudos… entonces su voz vale mierda, para los mudos.

Saludos.

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Vitriólico
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

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doxus escribió: No todos los ateos son materialistas.
...
Si por ateísmo se entiende la increencia lo sobrenatural y por materialismo se entiende el convencimiento de que todo es materia y energía, todos los ateos son materialistas. Un "ateo" que creyera en lo sobrenatural -es decir, que fuera idealista- creería en la "sustancia" de la que se hacen las creencias religiosas -entre otras cosas-.
Si tú defines estos conceptos de otra manera, arguméntalos. Soy todo oídos.
doxus escribió: ...
Todos los materialistas son ateos.
...
Necesariamente, derivado de lo anterior.
doxus escribió: No obstante, no todos los materialistas son marxistas.
...
Evidentemente. Anaximandro. Meslier, Hollbach y tantos otros que han alimentado la corriente materialista a través de los siglos no podrían serlo ... hasta Marx. Hablas del materialismo como si hubiera sido un invento del marxismo. ¿Y, por cierto, qué tiene que ver aquí el marxismo?
doxus escribió: No sé si me estoy enredando las patas en los bejucos.
A mí me parece que sí.
Si pretendes razonar sobre religión con un creyente piensa que, si pudiera razonar sobre ello, ... ¡no sería creyente!

"La primera vez que alguien te engaña, es culpa suya. La segunda, tuya.".
(Proverbio árabe).

doxus
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Re: La incómoda vigencia del «nuevo ateísmo»

Mensaje sin leer por doxus »

Vitriólico escribió:
doxus escribió: No todos los ateos son materialistas.
...
Si por ateísmo se entiende la increencia lo sobrenatural y por materialismo se entiende el convencimiento de que todo es materia y energía, todos los ateos son materialistas. Un "ateo" que creyera en lo sobrenatural -es decir, que fuera idealista- creería en la "sustancia" de la que se hacen las creencias religiosas -entre otras cosas-.
Si tú defines estos conceptos de otra manera, arguméntalos. Soy todo oídos.
doxus escribió: ...
Todos los materialistas son ateos.
...
Necesariamente, derivado de lo anterior.
doxus escribió:
No obstante, no todos los materialistas son marxistas.
...
Evidentemente. Anaximandro. Meslier, Hollbach y tantos otros que han alimentado la corriente materialista a través de los siglos no podrían serlo ... hasta Marx. Hablas del materialismo como si hubiera sido un invento del marxismo. ¿Y, por cierto, qué tiene que ver aquí el marxismo?
doxus escribió: No sé si me estoy enredando las patas en los bejucos.
A mí me parece que sí.
Gracias.

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